Cubierta -obra de de José Machado- del ejemplar de Noches blancas (Madrid, Impr. de A. Marzo, San Hermenegildo, 32 duplicado. Teléfono 1.977, 1905) que se encuentra en la Kungliga biblioteket de Estocolmo (con sello de entrada 3 octubre 1905).
El poeta modernista-casticista Antonio de Zayas fue diplomático en Suecia en dos ocasiones. Fruto de la primera estancia (1902-1904) son estos poemas, que iré analizando en diferentes entradas. El libro incluye también la traducción de 20 sonetos de Carl Snoilsky, así como de 6 poemas de Gryppenberg (sic; es decir Berthel Gripenberg), todos dedicados a España.
El libro se abre un prólogo, en el que Zayas trata varios temas: pide disculpas por su severidad hacia el luteranismo sueco, compara los poemas de Snoilsky -al que conoció de pasada un mes antes de su muerte- y Gryppenberg, y se explaya sobre el concepto de «clásico» en poesía, al hilo de las traducciones de los endecasílabos de Snoilsky al castellano.
Las traducciones del sueco las hizo Antonio de Zayas en colaboración con Göran Björkman, de la Academia Sueca, un tipo que merece entrada propia.
Las largas noches vestidas de nieve por los inviernos árticos y el único crepúsculo de los estíos polares, llamado noche blanca por los naturales del país, ham inspirado este libro.
El pretende reflejar las sensaciones que despertó en mi alma meridional la contemplación de los paisajes escandinavos, pobres de sol y profundamente silenciosos. Acaso en él se acentúen los pálidos y sombríos matices de aquel cielo, el yerto sopor de aquellos lagos, el trágico gesto de los sangrientos Ponientes; tal vez la fuerza del contraste me haya inducido a ser severo en demasía con tipos y costumbres; pero conviene advertir que aquí no se trata de juicios sino de impresiones.
Si dejando a un lado la sensibilidad y la fantasía, y sólo dispuesto a escuchar las voces de la razón serena, hubiese yo querido escribir una obra didáctica, el cuadro bosquejado por mí en estas páginas habría de ser muy halagüeño para los hijos de Odín.
No fuera entonces lícito tomar por consejeros a sentidos educados ante los risueños paisajes del Mediodía, ni oportuna cualquier tentativa de sugerir al lector las tristezas que saturaban mi espíritu en presencia de rígidos abetos y de petrificadas corrientes.
Triste hubiera sido también, no obstante, todo libro que tratase de estudiar el progreso escandinavo; desolador comparar, por ejemplo, el florecimiento de la higiene en la casa solariega de los godos, con la criminal indiferencia que a los españoles merece tan copiosa fuente de energía; amargo un parangón entre nuestro concepto y el concepto sueco de la política; abrumador observar el contraste entre nuestra indocilidad nativa y el hondo respeto al principio de autoridad que labra la ventura de los pueblos del Norte.
En las hojas de un libro semejante hubiera palpitado la alta estimación y la profunda simpatía que siento hacia un país al que debo hospitalidad generosa; y, sin más que ser justo, hubiera podido cantar en ellas sobrio pero elocuente himno a la constancia fecunda a la social disciplina.
Ese libro, que acaso escriba pronto, sería el fruto de maduro examen y de la perseverante observación. El que hoy ofrezco al lector benévolo es una serie de no razonadas impresiones, tal vez pálidas, pero en todo caso muy sinceras. Sigue leyendo →